“El  porno crea maltratadores”

Aitzole Araneta Zinkunegi* .

Flor Arriola Fernandez** .

“El  porno  crea  maltratadores”

Esto es lo que nos viene a decir la campaña de Emakunde, Instituto Vasco de la Mujer, para el 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra Las Mujeres. Una campaña que ha sido presentada con un spot donde un actor porno afirma llevar un par de meses enseñando a tu hijo todas la técnicas “sexuales” de dominación, y a tu hija cómo someterse, y un dato que resalta en toda la publicidad: El 88,2% de las escenas pornográficas contiene violencia física o verbal contra las mujeres. En la web de presentación[1] llama la atención al menos otro dato: el porcentaje de adolescentes que cree que el porno influye mucho en sus relaciones sexuales es del 33,4% del total.

Es habitual en ciertos espacios y entornos que determinados temas provoquen emociones negativas y, en este caso, le ha tocado a la pornografía. Solemos perder el tiempo tratando de expresar cuánto estamos a favor o en contra de lo que hay que estar y poco en analizar lo que debemos analizar y, como profesionales estudiar y enseñar. Este tipo de campañas, al margen de elevar la pornografía a asunto de Estado y generar alarma social, se empeñan en definir a la población más joven, sobre todo a los adolescentes, como posibles agresores y violadores en potencia, como consecuencia del consumo, y casi  adicción,  a  la  pornografía. Y a ellas, las adolescentes, como víctimas potenciales.

Precisamente una de las preocupaciones que suscita la pornografía es que, en ella, se proporciona una visión tan simplista del encuentro, que se deja fuera todo tipo de interacción, cortejo o juego de seducción. Se sustituyen la complicidad o la construcción de intimidad por grandes cargas de violencia.

Pero la pornografía es una ficción audiovisual, como tantas otras. Cuando las generaciones más jóvenes consumen otras ficciones donde se representa violencia no damos por hecho que ello generará asesinos o terroristas. Sin embargo, se viene asumiendo que el consumo de pornografía hace que los jóvenes interioricen esas prácticas y actitudes para trasladarlas a su vida y maltratar. Creer que lo que se reproduce en el porno es verídico (algo que le sucede a no poca gente adulta) es problemático.

No negamos que la pornografía más comercial y hegemónica refuerza unos deseos, unos cuerpos y unas prácticas muy concretas, centradas en genitales; y muy estereotipadas y poco realistas. Los actores y actrices performan encuentros donde los juegos y los deseos no tienen cabida y, la pornografía “produce una fragmentación absoluta del cuerpo, simplificando y reduciendo la sexualidad a la genitalidad”[2]. A una genitalidad, además, muy concreta y poco real. 

Igual de problemático resulta asumir que los códigos del porno se refieren solo a un modelo concreto de (hetero)sexualidad, que tanto se señala como única posibilidad como se presenta necesariamente problematizada, excluyendo, por ende, a quienes tengan una orientación, genitales, matices, particularidades diversas. ¿Dónde están esos otros jóvenes? ¿la violencia, el porno, la educación sexual no les interpelan a ellas/os? Quizá sea importante darle una pensada a algunos planteamientos que (no solo en el porno) contemplan toda esta diversidad desde una mirada no solo hetero sino coitocéntrica, orgasmocrática, instrumental, adultocentrada, y ciertamente monolítica.

La función de la pornografía no es enseñar ni educar. El porno no es escuela, su labor no es enseñar nada a nadie, ni siquiera el porno menos mainstream o menos convencional. Pero si no le pedimos a otros géneros cinematográficos que eduquen a nuestras adolescencias, tampoco le pediremos al porno que realice esta labor. Para eso estamos las personas expertas, quienes estudiamos el sexo, los sexos, sus interacciones y acompañamos para generar herramientas, convivencia y, sobre todo, pensamiento crítico. El paso de la niñez a la adolescencia viene acompañado de unos cambios en nuestros cuerpos, deseares, sentires…que despiertan la curiosidad y el interés eróticos. Ello, a su vez, genera muchos interrogantes. Las personas más jóvenes necesitan respuestas a sus dudas, a sus sentires y a sus deseos y el porno es, a veces, porque no todas las personas jóvenes lo consumen, lo que más a mano tienen o aquello que les llega sin siquiera pedirlo.

Si enseñáramos la riqueza de los encuentros, de la convivencia y del valor de relacionarse desde la infancia y adolescencia, y lo fuéramos adaptando a las edades correspondientes, podríamos generar pensamiento crítico hacia la pornografía para cuando esta llegue a ojos de los más jóvenes. Si los adolescentes contaran con las herramientas y conocimientos sobre estas cuestiones desde edades tempranas, entenderían, al ver una escena de estas películas, lo inverosímil que resulta a sus ojos y podrían ser críticos con ellas.

Pero a veces, de tanto repetir un lema, este se convierte en axioma, lo que dificulta su cuestionamiento. El hecho de tener más sensibilidad y conciencia acerca de ciertos temas, como puede ser la violencia ejercida hacia las mujeres en determinados contextos, no es sinónimo de que estos hechos se produzcan cada vez más ni con mayor frecuencia. Puede ser que no pocos jóvenes todavía sean machistas. Sin embargo, es innegable que la población más joven o adolescente, está mucho más instruida y cultivada que hace veinte años. Ninguna generación ha sido testigo de mujeres jóvenes tan empoderadas como ahora,  más seguras de lo que quieren y de lo que no les apetece, entendiendo lo que puede significar un no o un sí dentro de una interacción erótica – cuestión aún pendiente de ser trabajada con más matices y profundidad – pero de lo que generaciones anteriores no han recibido instrucción. Por otra parte, no habíamos asistido hasta ahora al proceso de algunos jóvenes adolescentes que van, poco a poco, civilizándose. Porque ser machista implica, entre otras, no saber convivir.

La sexualidad, nuestra dimensión sexuada, nuestra manera única y peculiar de habitar en el mundo, no va de genitales ni de placeres. Como valor cultivable que es, se enseña, se aprende y se cuida. Y esto es, precisamente, lo que necesitan saber los jóvenes y para ello estamos, para acompañarlos en el proceso de construcción de sus biografías. Biografías que no están mediadas (solo) por la pornografía, afortunadamente. Pensar que solo el porno enseña a follar a adolescentes es superficial y reduccionista, y debemos cuestionar esta idea, como profesionales y como sujetos. Por ello la necesidad de educación sexual, de proporcionar ideas, apelando a los “síes” que suelen ser más fructíferos y ricos que los “noes”. Porque la criminalización y el tabú no resuelven los asuntos del sexo, más bien los complican. El consumo de pornografía es una cuestión de nuestro tiempo y, como tal, debemos abordarlo con actitud curiosa, comprensiva y tranquilizadora, más que alarmista, evitadora o generadora de rechazo.

Por todas estas cuestiones defendemos una educación de los sexos integral y transversal. Donde aprendamos, desde que empezamos a relacionarnos con el entorno y los sujetos, la complejidad de las relaciones e interacciones humanas, también en el momento del encuentro. Es nuestro deber, como profesionales, generar espacios para que las personas más jóvenes puedan plantear sus dudas sin temor a juicios externos. Es cierto, probablemente, que la educación produce sus efectos de manera más lenta que la vía judicial, pero es, sin duda, mucho más eficaz.

Lo que tampoco puede ser es que para esta alfabetización de los deseos, de las interacciones, del cultivo de la convivencia y de los encuentros y las sinergias se nos ofrezcan dar cursillos express de 2-4 sesiones de 1 hora, que es lo que habitualmente nos ofrecen quienes demandan, como en esta ocasión, una educación sexual de calidad. No se le pueden pedir peras al olmo. Resulta profundamente contradictorio reclamar educación sexual pero posibilitar marcos de intervención que la impidan. Así, corremos el riesgo de volver a la casilla de salida: a la consabida educación para evitar embarazos e infecciones de transmisión genital, con algún parche añadido en prevención de violencia.

Por tanto, para realizar esa educación en ideas y valores es fundamental una apuesta decidida en tiempos y recursos. Y en profesionales de la educación de los sexos.

Nuestra propuesta es clara: dejar de lado los eufemismos y aparcar el sesgo moralizante. No existe una educación afectivo-sexual saludable. Existe la educación sexual que puede proporcionar herramientas para generar relaciones más satisfactorias, basadas en nuestros deseos y apetencias, las que sean. Y que resulte en generar más convivencia ¿Quiénes estipulan lo que es un encuentro saludable? No utilicemos las mismas consignas del higienismo del siglo XIX, por favor. ¿Por qué no defendemos la experimentación satisfactoria en vez de decir a las personas, jóvenes y no tan jóvenes, cómo tienen y sobre todo, cómo no tienen que encontrarse? Esto ocurre cuando dejamos la educación sexual en manos de personas que, por el hecho de hablar de sexo, creen tener (con toda la buena intención, no tenemos dudas) la información necesaria para educar sobre ello. Nadie cuestiona que la profesora de matemáticas o de historia tenga que ser matemática o historiadora ¿Por qué ocurre esto con la educación de los sexos?

De sexo se habla mucho y se estudia poco, decía Efigenio Amezúa. ¿Qué estamos haciendo mal las sexólogas para que una campaña en torno al 25 de noviembre lleve como lema “El porno es una escuela de violencia contra las mujeres”?.

*Sexóloga y técnica de igualdad.

**Sexóloga y periodista, estudios feministas y de género.


[1] https://www.emakunde.euskadi.eus/25n-2023/webema01-contentemas/es/

[2] (Construcción del imaginario sexual en las personas jóvenes; la pornografía como escuela, María Rodríguez Suárez)

1 comentario en ““El  porno crea maltratadores”

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